Reseña en Scripta Theologica de Jonathan LEAR, El amor y su lugar en la naturaleza. Una interpretación filosófica del psicoanálisis freudiano

  • Fecha:27-06-2022
Reseña en Scripta Theologica de Jonathan LEAR, El amor y su lugar en la naturaleza. Una interpretación filosófica del psicoanálisis freudiano

Jonathan Lear (1948, EE.UU.) ejerce la docencia en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Chicago. Conocido filósofo y psicoanalista, se formó en Yale y Cambridge y obtuvo su doctorado en la Universidad de Rockefeller. Es miembro de diversas instituciones vinculadas con el psicoanálisis, merecedor de diversos galardones en el ámbito de los estudios de psicología y humanidades y autor de numerosas monografías y artículos. Publicó hace ya algunos años (la primera edición es de 1990) este libro que, hasta la fecha, no se había traducido al español y que ahora la prestigiosa editorial Didaskalos nos regala, acompañado de un valioso exordio del egregio profesor José Noriega.

Han pasado algunos años y las reflexiones de Noriega son necesarias para comprender la actualidad de esta obra. Y es que el libro de Jonathan Lear no contiene meras consideraciones sobre el pensamiento de Freud, sino agudas observaciones sobre el hombre y el amor humano «a través de Freud». Lear «revive en estas páginas el camino recorrido por el fundador del psicoanálisis: sus preguntas, sus descubrimientos, sus perplejidades, sus certezas, sus errores. Incluso, los caminos inexplorados. Y con ello introduce al lector en una formidable aventura intelectual: la de comprender en qué modo el yo se constituye a través de la interiorización y estructuración de las relaciones de amor» (p. 14). El volumen se vertebra en seis capítulos. El primero es una «Introducción » (pp. 29-60) en la que se nos presenta el modo de pensar y de plantear los problemas propio del psicoanálisis, pero, a la vez, la forma en que Freud, el inventor del psicoanálisis, descubrió algo que iba incluso más allá de lo que él mismo podía conscientemente imaginar, es decir, abrió camino a una manera de pensar el sexo y el amor humanos que le superaba: «Una de las razones por las que las especulaciones teóricas de Freud siguen siendo apasionantes es que él siempre está en busca de observaciones que sobrepasan su propia capacidad de comprenderlas» (p. 40). El profesor Lear designa la pretensión de este ensayo como «un intento de desarrollar algunas tensiones significativas en el pensamiento psicoanalítico freudiano. Un intento de reunir y unificar elementos dispares en el pensamiento freudiano y encontrar una unidad no inmediatamente evidente, en esos elementos» (p. 44). Lear indica claramente que Freud está trabajando con un modelo de ciencia que no es adecuado para el intento que se propone. Pues se trata de un modelo de ciencia basado en la objetividad absoluta de lo que estudia, mientras que el sujeto está alejado de ello. Ahora bien, lo que quiere emprender Freud es una ciencia de la subjetividad, lo que claramente no entra en esos moldes. Freud se sitúa, por tanto, al inicio de un modo nuevo de concebir la ciencia. Pues lo que el médico austriaco descubre es un tipo de funcionamiento mental que no es análisis consciente. Sigue siendo mente, pero una mente que funciona de modo desconcertante, y por eso se expresa en sueños, o en lapsus o somatizándose (cfr. p. 31). En el fondo aletea esta idea: el cuerpo mismo (cuando duerme, o cuando vomita, o cuando tartamudea) está pensando. Y la clave de la solución de Lear es que el amor es el lenguaje del cuerpo, y que el amor media precisamente entre lo que está fuera y lo que está dentro (cfr. p. 240).

El segundo capítulo se llama «Catarsis: Fantasía y realidad» (pp. 61- 106). Aquí inicia propiamente Lear su desarrollo «innovador» del pensamiento de Freud. El psicoanálisis de Freud se planeó desde el principio como un medio de «curación» del paciente, de catarsis, que comenzó fundamentalmente con casos de «histeria». La persona histérica ha reprimido un evento traumático para poder vivir sin él, lo ha sepultado y alejado del mundo de lo real. Freud trabajó en la conversación con estos enfermos a través del vínculo entre fantasía y realidad. Hay que ayudar a la persona en un proceso de transformación. Pero este proceso de transformación implica a todo el sujeto. Y no solo eso, Freud se dio cuenta poco a poco de que implica también una transformación de la relación con el psicoanalista y una transformación del propio psicoanálisis. Así Freud, sin saberlo del todo, empezó aquí a entrever la necesidad de elaborar una «ciencia de la subjetividad», cosa que, como decíamos, en una época marcada precisamente por la objetividad de la ciencia parecía imposible. El capítulo tercero habla de «La interpretación de los sueños» (pp. 107- 140). Es un tema clave en toda la construcción del psicoanálisis. La cuestión que plantea nuestro autor es cómo el mundo de los sueños introdujo a Freud en lo pre-racional o supra-racional (lo «primitivo»). Freud no encontró categorías adecuadas de sistematización para pensar este ámbito de la realidad en la ciencia de su época. Esto lo convirtió en un pionero: ¿cómo interpretar los sueños?, ¿con qué categorías? Según Lear, Freud no percibió del todo el reto que suponía esta pregunta. No se trataba solo de pasar a categorías racionales, aspectos que aparentemente carecían de razón, sino de pensar la subjetividad, de un nuevo concepto de ciencia. El capítulo cuarto lleva por título «Interpretación y transformación. El caso del pequeño Hans» (pp. 141-166). Estas páginas toman cuerpo de un caso concreto tratado por Freud, el de un niño de cinco años llamado Hans. La cuestión que se aborda a partir de este caso es que el psicoanálisis es una «interpretación» del sujeto que implica una «transformación», es decir, el psicoanálisis no proporciona solo información (o conocimiento) al sujeto, sino que se encamina a una transformación de la subjetividad. De nuevo retorna el tema de la «ciencia de la subjetividad». Y es clave otra vez el modo en que se entiende el cuerpo, no como mera materia, sino como capaz de racionalidad. En el fondo, el psicoanálisis busca «rescatar la racionalidad de una emoción» (p. 131). Y se supera así el abismo que nuestra cultura ha creado entre «corazón » y «razón».

Con el capítulo quinto Lear aterriza ya en el campo del sexo. Se titula: «¿Qué es el sexo?» (pp. 167-210). Como sabemos, la reflexión sobre este asunto ocupó una parte esencial del pensamiento de Freud. «Al principio [Freud] no consideró la sexualidad problemática: lo verdaderamente sorprendente fue entender hasta qué punto la sexualidad se enraíza a lo largo de toda la vida psicológica del ser humano. Por ello, finalmente, Freud tuvo que cuestionar la sexualidad: ¿qué es esta fuerza que ejerce una influencia tan poderosa en la vida humana? La sexualidad, en sí misma, necesita de una interpretación » (p. 167). Lear descubre así, buceando en los textos y análisis de Freud, que la pulsión y la libido nos hablan, en último término, de que «el amor es una fuerza inherente a nosotros dirigida al desarrollo hacia una unidad cada vez más compleja y superior» (p. 208). Ese amor postula además un mundo digno de ser amado, unos padres «suficientemente buenos» y un mundo que tenga una cierta capacidad de respuesta y reflejo a la persona emergente (p. 210). Esto significa que Lear «se toma en serio el amor» a la hora de comprender a Freud. «Es difícil tomarse el amor en serio. Los analistas suelen desechar el amor como una especulación cosmológica por la que Freud sentía predilección, pero que va más allá de los límites o inquietudes del psicoanálisis. Una cosa es entender las pulsiones en cuanto localizadas en el ser humano y otra, muy distinta, es entenderlas impregnando la naturaleza animada. Este es un modo plausible de razonamiento. Pero es erróneo» (p. 211). Por eso, en el siguiente capítulo, Lear nos explica esa transformación que debe suceder en el sujeto y que es la meta del psicoanálisis: «Donde era Ello, Yo debo devenir» (pp. 211-244). Se trata en realidad de describir la génesis del sujeto humano, que es una génesis de libertad. El panorama se entiende siempre de modo relacional, pues el toque está en reconocer una energía que nos precede. Por eso «el yo se desarrolla a partir de ese reservorio de actividad pulsional que [Freud] denominó Ello» (p. 218). Si el Ello por sí mismo trae un mundo mágico en que los deseos son inmediatamente satisfechos, el yo toma distancia del mundo, entiende el límite y la frustración. Pero este yo no es el «yo ideal», que está al principio de la vida psíquica, y que quiere alejarse del ello. La clave está, no en separarse del mundo idealmente, sino en entender que se es parte del mundo, y en ser, más precisamente, una parte activa de ese mundo, que se diferencia de la naturaleza caótica. Se trata, pues, no de un «cargar con la responsabilidad» voluntarístico, que se concibe separado de los procesos naturales (y que sería propio de la auto-ayuda), sino de un «aceptar la responsabilidad» de los actos, pues estos son mis actos, pero no se originan solo en mí, sino en un manantial más hondo que me precede. Esta «aceptación de responsabilidad» es precisamente, según Lear, el amor activo (p. 229), que es capaz de integrar al Ello en el yo. Con este paso, está Lear listo para ofrecernos, finalmente, en un capítulo conclusivo, su «Evaluación radical» (pp. 245-290) del amor y de su lugar en la naturaleza, según su interpretación del psicoanálisis. En esta «evaluación radical », Lear plantea el hecho de que el psicoanálisis, a fin de cuentas, navega en un terreno entre lo que podríamos llamar «ciencia» y «religión». Lo que propone es una transformación de la subjetividad guiada por el amor, que es un principio operante en todo lo real. «Vamos a enumerar –nos dice Lear en sus postreras páginas– los caminos del amor. El amor es dinámico. Fluye a través del ser humano, pero es más grande que la vida humana. Los seres humanos y el resto de la naturaleza animada adquieren forma a través del amor. El amor tiende a una organización y una forma superiores, pero el ser humano no adquiere la forma siendo afectado pasivamente por el amor. Lo que significa para el amor traspasar a una persona es que ella misma se convierte en un lugar de actividad. Eso es lo que significa que el amor impregne nuestra naturaleza [...]. No existe una perspectiva “neutra” de la ciencia de la que desaparezca el amor» (p. 287). El psicoanálisis nos sitúa así incluso ante el umbral de la realidad de lo divino, llega a decir Lear, pero solo en el umbral. Desde Freud «no estamos en condiciones de responder a estas preguntas» (p. 290), responde finalmente Lear cuando su «evaluación radical» del psicoanálisis y del lugar del amor en la naturaleza le lleva a plantearse la pregunta sobre Dios y sobre un Dios personal y trascendente. A la vez, y esto es decisivo, ya no se puede eludir, después de Freud, que se planteen estas preguntas. Es decir, la pregunta por la ciencia de la subjetividad es inseparable de la pregunta por la religión. En todo caso, Lear propone, leyendo a Freud, el valor positivo de las grandes tradiciones religiosas y, singularmente, del cristianismo, como una ayuda decisiva para que el yo llegue a individuarse, acogiendo en sí la llamada del amor (pp. 265-266). En definitiva, como dice el profesor Noriega en su exordio, el libro de Jonathan Lear asombra por el hecho de que «un autor no cristiano como él aprecie el papel que juega Cristo en este proceso de individualización del hombre. Asombra que se base en Freud para destacarlo. Y es que Cristo evita que el hombre retroceda a la masa, se convierta en “hombre masa”, indiferenciado, fusionado a ella. Porque pide la interiorización de su amor, identificarse con él para así amar al prójimo» (p. 18).

Creo que lo dicho anteriormente muestra que estamos ante un libro sugerente, que invita a no quedarse en superficialidades ni en tópicos manidos, lo cual lo hace muy recomendable. Si bien requiere un cierto nivel de interés y de concentración para su lectura, no es un libro «técnico» pues tiene el arte de plantear preguntas atrayentes, de suscitar cuestiones de fondo y de acompañar al lector por un camino apasionante de autocomprensión. Es una obra, pues, que impulsa a atravesar los páramos de la trivialidad para divisar horizontes superiores, que iluminan la hondura del corazón humano, sus más recónditos meandros y sus metas más elevadas. 

Fernando CHICA

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