Reseña de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer del libro "Seréis como dioses" de Gustave Thibon

  • Fecha:15-12-2020
Reseña de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer del libro "Seréis como dioses" de Gustave Thibon

THIBON, G., Seréis como dioses, Ed. Didaskalos, Madrid 2020, 143 págs. 

La editorial Didaskalos ha sacado recientemente a la luz la traducción del francés, realizada con esmero por Pablo Cervera Barranco, de una conmovedora obra escrita hace ya años, en concreto en 1959, por Gustave Thibon; una obra que, como ocurre con los clásicos, no ha hecho más que ganar en actualidad y acierto con el correr del tiempo. Sus postulados mantienen plena vigencia y no dejan de interpelar nuestros anhelos más recónditos, arrancándonos de este modo del sopor en el que no pocas veces sucumbimos por causa de la desidia que frecuentemente nos atenaza. El volumen se ve enriquecido con un prólogo del periodista y escritor Juan Manuel de Prada, que con sus comentarios bosqueja algunas claves de lectura, deviniendo agudo acicate para abordar con deleite y provecho los argumentos desarrollados en la obra. Gustave Thibon (1903-2001) es una figura descollante en la filosofía francesa del siglo pasado. Ávido lector, hombre de serios planteamientos y  convencidos propósitos, quedó incisivamente marcado por la experiencia de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Convertido posteriormente al catolicismo, volcó la originalidad de su pensamiento en atractivas reflexiones filosóficas, que empezó a publicar partir de 1960, en el marco de esa gran corriente literaria francesa marcada por autores como Léon Bloy, Gabriel Marcel o Jacques Maritain. El propio autor confiesa haber escrito esta atinada pieza teatral, en realidad un erudito diálogo filosófico, para invitarnos a nadar contra la robusta corriente de los que idolatran el progreso de la ciencia y la técnica, postrándose miopemente ante sus avances sin mayor miramiento, cuando estos solo son paliativos, peldaños intermedios, pero jamás pueden considerarse como la solución última y definitiva a los problemas del hombre, ni pueden otorgarle su auténtica consistencia, ni constituir el referente de la genuina vocación humana. Esta no consiste en una indefinida y tediosa prolongación de la vida terrena, sino en la inmerecida participación del hombre en la amistad divina, que nos colma de dicha, complacencia e indeclinable fruición. Amparado en sus personajes, cada uno con nombres evocadores y cargados de significado, Thibon se dirige al lector de manera inteligente, para hacerle ver que su condición más real y fecunda es la de criatura. Cuando el hombre reputa que es el Creador, se equivoca, claudica nuevamente ante la primigenia seducción de Lucifer, experto en confundir al ser humano, incansable sembrador de falacias, vendedor de aparentes paraísos que, a la postre, terminan siendo abismos de tristeza y fango. En cambio, el autor de esta sugerente y clarificadora disquisición sobre la naturaleza humana y su benéfica sed de Dios, lo que persigue con su propuesta teatral es que el hombre no se aparte de la senda que lo plenifica, liberando así su fe de adherencias que la entorpecen y aminoran. De sus pretensiones el autor nos informa en el prefacio de esta singular obra de teatro titulada “Seréis como dioses”. Nos dice: “Quiero ante todo prevenir un equívoco. Al escribir estas páginas, no me he propuesto un efecto escénico, ni la pintura de los caracteres, ni la verosimilitud en la literatura de anticipación. La ficción teatral sólo me sirve aquí de ilustración concreta para el desarrollo de una idea esencialmente metafísica y religiosa: la de las relaciones y las oposiciones entre la naturaleza y la gracia, el tiempo y la eternidad” (p. 19). Con esto queda claro desde el principio que estamos ante una creación literaria de naturaleza esencialmente filosófica, cuya intención básica es ilustrar a través de una interesante trama dramática una serie de ideas sobre el tiempo, la muerte y la verdad del más allá cristiano. Thibon nos sitúa en una hipótesis extrema del futuro: imaginemos un mundo en el que se ha conseguido una prolongación eterna de la vida temporal. La ciencia ha logrado un paso que la sitúa casi al nivel de Dios: puede alargar la vida del hombre tanto como quiera. La tesis final, que se nos desvela en la trama del relato, es que incluso en ese escenario, incluso en ese mundo fantástico, el 316 RECENSIONES hombre seguiría aspirando a más, no habría dado ningún paso hacia su verdadero destino, que es “de otro orden”, como decía Pascal, y al que es necesario acceder a través de un paso decisivo: la muerte. En el fondo, el eje de esta obra de teatro (que tal es el género literario elegido por Thibon) gira en torno a este interrogante: ¿Es Dios una prolongación infinita de las posibilidades humanas o es el Origen inaccesible del que provenimos y al que vamos y que nunca podremos agotar? Con ello se plantea también la cuestión del destino humano. ¿Es nuestra meta simplemente una eterna vida temporal o es el abrazo de un Padre que supera todas nuestras expectativas y deseos? El corazón humano está inquieto de algo que le supera infinitamente. Pero no solo en sentido “cuantitativo” (que es en el que se mueve la ciencia), sino en sentido “cualitativo”. Ser verdaderamente hombre no significa solo perpetuarse en el tiempo, tener más tiempo a disposición. El autor muestra que lo fundamental, lo que llena de plenitud y felicidad, es ser hombre de un modo nuevo, en el marco de la divinización de todo nuestro ser. Básicamente, los dos protagonistas de la obra son dos novios, Helios y Amanda, profundamente enamorados. Helios está convencido de la bondad de los avances que ha traído la ciencia: “Nosotros somos dioses” (p. 32). Amanda, por su parte, manifiesta desde el principio una duda: “Es cierto. Pero algo dentro de mí no se atreve a creer en ello” (p. 32). Amanda descubre que en la era en que toda cumbre parece haber sido alcanzada por la ciencia, ella busca “una punta inaccesible que hubiera que escalar” (p. 39). Asistimos entonces a una especie de diálogo platónico o también, por usar otra comparación, a una suerte de recreación del libro de Job. En los sucesivos coloquios con los personajes que van apareciendo, Amanda, siempre preguntando, siempre deseando saber, va a llegar a una convicción. Una convicción que es refutada continuamente por quienes le rodean (por Helios, su amado, pero sobre todo por el doctor Weber, recreación del espíritu del mal). Amanda avanza como el justo Job hasta llegar a este profundo convencimiento de que hay un engaño en esa pretendida “vida eterna” que les ofrece la ciencia del doctor Weber. Esa vida eterna es un opio que impide el amor. Esa ciencia significa, así lo expresa el autor, el triunfo del poder sobre el amor. Helios no comprende la rebelión de Amanda contra esa oferta de una infinita vida temporal (p. 79). Amanda, por su parte, busca “el Principio del universo” (p. 109), por eso tiene la radicalidad de plantearse la gran pregunta: “¿Para qué quiero una inmortalidad que me separa de todo lo que amo?” (p. 111). ¿Para qué querríamos una simple inmortalidad, como prolongación infinita de nuestros días, pero encerrados en nuestros muros, en nuestra individualidad, incapaces de aceptar el dolor y el paso al más allá inscrito en la experiencia del amor? La figura del doctor Weber, el inventor de la “vida eternizada” en la tierra, el científico que pretende ocupar el lugar de Dios, no carece de actualidad. Thibon la ha representado magníficamente, con elocuencia inusitada, para poner de relieve que el hombre puede quedar fascinado por los logros científicos. Pero si vamos a la raíz de los avances de la ciencia y la técnica, nos daremos cuenta de que, en realidad, ninguno satisface últimamente nuestro corazón, nos convenceremos de que nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Dios, como dice san Agustín. En definitiva, se trata de un texto literario con un fondo filosófico muy sustancioso, al que podemos acceder en lengua castellana gracias al impagable servicio de la editorial Didaskalos. Hay que considerar esto como un privilegio en el entramado de una sociedad que asiduamente apuesta por la superficialidad, por abanderar axiomas anodinos y efímeros. Sin duda alguna, la decisión que ha conducido al editor a recobrar obras de calado clásico constituye un ejercicio de cordura y un cauce maravilloso para recuperar cimas de la literatura filosófica católica. La lectura de estas páginas no será baldía. Por el contrario, hará mucho bien a las almas que tienen clavados sus ojos en Cristo, nuestro Redentor. Será de gran provecho espiritual para cuantos no se contentan con vivir su fe en clave de mediocridad. Este es el modo para no convertir el evangelio en un simple edulcorante, en un sucedáneo para tiempos de ofertas baratas. “Seréis como dioses”. No es simplemente la artera aseveración que Satanás, príncipe y padre de la mentira, trasladó a Adán, en los albores de la historia (cf. Gén 3,5). La sigue dirigiendo hoy también a todo hombre, a cada uno de nosotros, confiando en su argucia para hacernos tropezar, como la vez primera, para obstaculizar nuestra relación con Dios, la única sanante y regeneradora, y así transformar nuestra existencia en hontanar de innumerables desgracias. Seguir los razonamientos de Amanda de la mano de Thibon, en cambio, aporta nimbada luz a quienes hacen del amor y la fidelidad al Señor su más conspicuo emblema. Para el discípulo de Cristo, la muerte no es aguijón venenoso, sino puerta hacia el más satisfactorio de los encuentros. No es el miedo a la muerte el que termina obligando al hombre a acercarse a Dios, sino que es la llamada de Dios la que le brinda la genuina comprensión de la muerte. Quien ha puesto a Dios como el núcleo de su vida y no soporta darle solo las migajas de su ser y quehacer, no ve el mortal ocaso, el declive natural de la vida, como un desgarro, sino como un horizonte que lo transporta a la sublime eternidad. De esta manera, esta pieza teatral se puede calificar de exquisito y sabroso alimento espiritual para cuantos vivimos tiempos recios e intrincados. No podemos más que mostrar gratitud y reconocimiento a cuantos han contribuido para que las consideraciones de Thibon estén a nuestro alcance y beneficien nuestra vida cristiana robusteciéndola y haciéndola transitar por senderos de plenitud y verdad. 

Fernando Chica Arellano

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