José Granados en "Teología de la creación" explica la relación entre providencia y sufrimiento en tiempos de Covid-19

José Granados en "Teología de la creación" explica la relación entre providencia y sufrimiento en tiempos de Covid-19

José Granados en "Teología de la creación" explica la relación entre providencia y sufrimiento en tiempos de Covid-19

"La pandemia está siendo un tiempo de revelación. ¡Qué mal nos sentimos cuando el cuerpo del otro se ve con sospecha", afirma el Superior General de los Discípulos

El sacerdote José Granados, Superior General del instituto religioso, los Discípulos de los Corazones de Jesús y María, acaba de escribir "Teología de la creación", (Didáskalos)un libro novedoso y provocativo. Religión Confidencial ha entrevistado al P. Granados a propósito de este ensayo que ve la luz justo en un momento que el mundo se enfrenta a una crisis sin precedentes.

¿Por qué publicar un libro sobre el tema de la "creación" en estas fechas? Parece que es un tema un poco alejado de la realidad, de las inquietudes de las personas, de la crisis económica, familiar, médica...?

Es verdad, la crisis del coronavirus presenta muchas facetas que nos preocupan: la economía, la medicina, la política... Cada una nos ofrece su punto de vista. Pero, ¿hay un punto de vista unitario, que permita encontrar la unidad de todas estas facetas? Si no lo hubiera quedaríamos desconcertados, por mucho que cada ciencia avanzara. Pues bien, el libro quiere mostrar que ese punto de vista unitario es el punto de vista del Creador. Tener fe en el Creador es confiar en que existe un designio para el hombre y para el mundo, y esto es decisivo para orientarnos en esta crisis.

La pandemia está siendo, además, un tiempo de revelación. Es decir, está revelando nuestras prioridades y, así, también nuestras carencias. Una de las cosas que ha revelado es la poca importancia de Dios en nuestra vida común. Hoy, tal vez, valoramos a Dios como consolación interior y privada que da sentido a nuestra existencia. Pero ya no le vemos cómo alguien necesario en nuestra sociedad, ni tampoco en nuestra relación con la naturaleza. ¿Está ausente Dios de estos ámbitos? ¿Ha dejado de ser, como dice san Pablo, aquel “en quien vivimos, nos movemos y somos”? A responder a estas preguntas, que la pandemia ha puesto de relieve, se dirige también este libro.

Diría, por último, que esta pandemia nos ha hecho de nuevo conscientes de lo que es el cuerpo humano, y de cómo el cuerpo se abre a la relación. ¡Qué mal nos sentimos cuando el cuerpo del otro se ve con sospecha y no es posible dar la mano ni abrazar! El subtítulo de este libro es “de carne a gloria”, porque quiere mostrar la teología de la creación desde la teología del cuerpo o carne. Aceptar al Creador es aceptar que el cuerpo tiene un lenguaje, y que ese lenguaje es el lenguaje del amor. Lo cual nos da esperanza de poder vencer toda separación creada por la pandemia.

Providencia y sufrimiento

En su libro habla mucho de la Providencia. Es un tema que, ante la crisis del coronavirus, la pandemia que ha golpeado a tantas familias, que ha hecho sufrir tanto a tantos, resulta un poco sorprendente. ¿Cómo compaginar la providencia divina con todos estos males, con todo este sufrimiento?

Creer en la providencia es inseparable de creer en el Creador. Si Dios ha creado el mundo, entonces lo ha creado para un fin, para una plenitud. Esa plenitud está más allá del mundo, pues si el mundo no tiene en sí su origen, tampoco tiene en sí su destino. Esto implica que el mundo por sí solo no puede alcanzar esa plenitud que le supera. Por eso es necesario que Dios le dirija hacia ese fin, y aquí aparece la providencia.

La época moderna ha renegado de la providencia, pensando que la providencia eliminaba la libertad del hombre. Pero, eliminada la providencia, ha necesitado otra explicación unitaria de la historia y para eso ha forjado sucedáneos de la providencia. En el libro examino dos de estos sucedáneos: la fe o confianza ciega en un progreso imparable en manos de la técnica; y la teoría de la selección natural como explicación única del fenómeno de la evolución. Hoy podemos ver los límites de estas dos explicaciones y el hombre se encuentra de nuevo sin respuesta ante la pregunta: ¿adónde va la historia del mundo?

El libro plantea la pregunta de la providencia desde la fe en la resurrección corporal de Jesús. El acto definitivo de la providencia, hacia donde la providencia lo dirige todo, es la entrega de su Hijo en la Cruz, que transforma en vida el dolor y la muerte... Y este acto del Hijo de Dios es un acto humano plenamente libre. Esto significa que la providencia no actúa al margen de la libertad, pues lo conduce todo a este diálogo entre Jesús y su Padre, donde podemos ser incluidos todos.

Desde aquí se ilumina la cuestión del sufrimiento. ¿Hay un sentido en todo ello? ¿Cómo puede permitirlo la providencia? La clave está en Jesús que, asumiendo el dolor, hizo resurgir en el mundo el amor, ese amor que da sentido a la vida y, así, elimina la raíz del sufrimiento. Pues el sufrimiento mayor es la ausencia de sentido cuando sufrimos. Creer en la providencia es creer que la fuerza del bien es tan grande, que no solo origina un mundo bueno, sino que es capaz incluso de reconducir el mal para que se ponga al servicio del bien.

Lenguaje del cosmos y el Papa Francisco

Hay un capítulo en su libro dedicado al "lenguaje del cosmos". Últimamente el papa Francisco está insistiendo mucho en toda la cuestión ecológica. Desde la publicación de Laudato Si, se ha convertido en un tema central de la predicación de la Iglesia. En su libro, ¿cómo afronta este asunto?

Los antiguos veían la creación como un gran libro. Veían en cada ser un signo escrito por el Creador, que creó el mundo con su Palabra. El lenguaje, por tanto, no estaba solo en el hombre, sino en todas las cosas creadas. Cada ser contribuía a este gran libro, o a esta gran melodía formada por múltiples notas.

En la época moderna este lenguaje se entendió como el lenguaje de las matemáticas. Así hablaba, por ejemplo, Galileo. De esta forma el orden ya no se encontraba en los seres del mundo, sino en los procesos que mueven el mundo. Poco a poco apareció la imagen de un mundo sin significado, movido por leyes ciegas. El único que tenía un lenguaje significativo era el hombre. Pero si esto es así, entonces el hombre puede usar de los seres según le plazca, adaptándolos a lo que el hombre desee. Si el mundo está hecho de partículas que se mueven y chocan entre sí, ¿qué diferencia hay entre un bosque y un basurero? Se trata solo de distintos órdenes de partículas. Tendrán más o menos sentido según lo juzgue el hombre, única fuente de sentido. Está aquí el principio de la crisis ecológica, que ya no respeta la armonía del mundo.

No es un tema al que le falte también su polémica, pues hay una línea de un ecologismo anticristiano que no podemos olvidar, ¿cómo compaginar esto con nuestra visión del tema de la creación?

El libro plantea esta cuestión y trata de mostrar cómo la clave para recuperar el lenguaje de la creación está en el lenguaje del cuerpo humano. Si el sentido del hombre no está solo en su mente, sino también en su cuerpo, entonces este sentido pertenece también al universo material. Para iluminar la crisis ecológica es imprescindible, por tanto, recuperar el lenguaje del cuerpo, es decir, su capacidad para expresar el amor y para generar la vida.

La diferencia sexual del hombre y de la mujer es una clave irrenunciable de este lenguaje del cuerpo. Se ve así una gran contradicción del movimiento ecológico: su alianza con la ideología de género. Pues si el cuerpo, como quiere esta ideología, es proyección del querer de cada uno, del mismo modo el mundo se habrá de comprender así, como realidad manipulable por el hombre. Al contrario, solo si se recupera lo que Benedicto XVI y el Papa Francisco han llamado “ecología humana”, es posible un cuidado del mundo como casa común.

Privación de la eucaristía

El libro dedica también un gran espacio al tema de la "eucaristía". Hemos vivido ahora un tiempo en que muchas familias se han visto privadas del sacramento y muchos se han preguntado, ¿es realmente tan central la eucaristía? ¿Basta con una relación espiritual con Jesús, con una comunión espiritual con él? ¿Por qué darle tanta centralidad a la eucaristía?

El libro aborda la cuestión de la creación desde el centro del mensaje cristiano: la resurrección de la carne. Esta conexión se encuentra muy presente en el discurso de Pablo en el Areópago de Atenas. Allí Pablo comienza diciendo que Dios creó a todos los hombres de un solo hombre, Adán en su unión con Eva, y que abrió para ellos el espacio del mundo.

Y concluye hablando de la resurrección de la carne de Jesús, criterio para juzgar a todo el mundo. Ambos extremos, la creación y la resurrección, son inseparables. De hecho, los cristianos afirmaron que Dios había creado el mundo de la nada a partir de su fe en la resurrección y glorificación de la carne. Pues si la carne está destinada a participar de la gloria de Dios, entonces es que la carne tuvo que proceder totalmente del amor y del poder de Dios.

La Eucaristía entra en este panorama, porque en la Eucaristía se nos anticipa ya el cuerpo resucitado de Jesús. Y a la vez en la Eucaristía se incluyen los dones de la creación, el pan y el vino. Por eso la Eucaristía es la mejor puerta para acceder a la teología de la creación. Este libro contiene una teología eucarística de la creación, que pone en el centro el cuerpo de Jesús y su capacidad para asimilar en él a nuestros cuerpos.

Ha sido doloroso durante el confinamiento no poder acceder a la Eucaristía. Lo telemático ha ayudado, pero no ha podido en ningún caso sustituir la presencia real. Lo telemático permite que nos relacionemos, pero nos relacionamos en un ambiente que hemos producido nosotros. En la Eucaristía, sin embargo, nos unimos entre nosotros en un ambiente que no hemos creado nosotros, un ambiente que nos precede. Aprendemos así que nuestra misma unión es un don que alguien nos ha hecho. Confesar al Creador es precisamente esto: confesar un ambiente común, que no hemos originado nosotros, en el que podemos vivir. Por eso la teología de la creación se une a la experiencia de fraternidad, porque los hermanos son quienes han recibido el ambiente común de una misma familia.

Vocación familiar y religiosa

Usted es Superior General de un instituto religioso, los Discípulos de los Corazones de Jesús y María. En el libro habla del bien común y de la necesidad de construir una sociedad basada en la creación, ¿cómo contribuyen a ello los religiosos? ¿Cómo lo hacen también las familias? Precisamente la familia ha sido objeto de un debate intenso en la Iglesia. ¿Cómo situarse ante esta realidad humana? ¿Es realmente tan central e importante? ¿Por qué?

En el libro he tratado de mostrar cómo la fe en la creación tiene que ver con el modo en que edificamos la sociedad. Quien acepta que el mundo es un espacio inaugurado por el Creador, entenderá también la ciudad humana como un espacio que no se funda sobre sí mismo, sino que se apoya sobre un don originario que nos acomuna. Se origina aquí la experiencia de bien común, es decir, de aquel bien que no se reduce a la suma de nuestros bienes individuales. El bien común es el bien mismo de estar juntos, de estar en comunión. Y podemos agradecer juntos este bien porque habitamos en un mundo común, recibido del Creador.

La familia es el lugar fundante donde entendemos que nuestro bien pasa por el bien de otros, es decir, que ya no podemos estar bien si no estamos bien juntos. En la familia entendemos que este bien de la comunión es un regalo, pues la llamada a la comunión está inscrita en el lenguaje de nuestros cuerpos, empezando por la diferencia de hombre y mujer abierta a la vida. En el libro trazo el paralelo entre la experiencia de ser acogido corporalmente en una familia, recibiendo allí un nombre; y la fe en el Creador como aquel que, con su palabra (dando nombre) abre el espacio del mundo para que lo habitemos. Es interesante notar que los dos textos bíblicos donde se apunta a una “creación de la nada” (2 Mac 7 y Rom 4,17-19), contienen una referencia al vientre materno. Por eso la crisis de la familia va unida a la crisis del sentido de creación, y el regreso al Creador pasa por volver a edificar la familia.

En cuanto a los religiosos, ellos asumen el modo concreto en que vivió Jesús su vida en la carne, con su pobreza, virginidad, obediencia. Y es que Jesús, asumiendo el cuerpo, asumió la creación y le dio una medida nueva. La vida religiosa se convierte así en recuerdo de aquello a lo que está llamada la creación de Dios, que no tiene su meta en sí misma, sino en Dios. Y para ello la vida religiosa apunta al origen de todo en Dios, recordando a los hombres la fuente de donde todo mana.

El religioso nos recuerda lo que decía Juan Pablo II en su poema Tríptico Romano: “Si quieres la fuente encontrar / tienes que ir arriba, contra la corriente. ¿Dónde estás fuente? ¿Dónde estás fuente?” Pensar en la creación es remontarse hacia la fuente del amor y de la vida, nuestro Creador y Padre.